filosofia marxista

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sobre la filosofía y el método marxista Agustín C ueva

totalmente con Olmedo), sí hay en cambio una teoría del conocimiento (en el sentido en que la entiende y formula Lenin), así como una teoría (eí materialismo histórico) que nos permite estudiar las condiciones (so­ ciales) de producción del conocimiento. Y he escrito adrede que existe una teoría m ateria­ lista del conocimiento en el sentido en que la entiende y formula Lenin (y Marx y Engels por supuesto), apun­ tando de antemano a la indicación de una segunda dificultad que me parece presentar el trabajo de Olme­ do y que consiste en no precisar, como se debiera, las tendencias o interpretaciones del marxismo con las cua­ les está polemizando. Yo comparto, personalmente, su rechazo de ciertas lecturas “metodológicas” de M arx y desde luego me sumo a su denuncia de ciertas interpre­ taciones de la dialéctica que rio son más que resabios del idealismo hegeliano sofisticados por un formalismo hoy muy en boga. Pero al mismo tiempo me temo que el camino escogido por Olmedo, de decir pura, y llana­ mente que no hay una teoría marxista del conocimiento Tesis 1. No existe en el marxismo u n a teoría del co­ ni una concepción o método dialéctico, más bien re­ nocimiento, e s ' decir, una teoría de las condiciones, los procedimientos y las garantías de producción del fuerce tales posiciones, confiriéndoles la apariencia de conocimiento científico en general, un método gene­ una legitimidad que en realidad no poseen (no me ral de producción del conocimiento científico, un asombraría en absoluto que se intente “refutar” a Olme­ método de transformación del conocimiento “ideo­ do citándole hasta el cansancio los cientos o miles de lógico” (“sensible” ) en conocimiento “científico” (“racional” ), una metodología general de las ciencias. pasajes en que Marx, Engels, Lenin o Mao hablan de una teoría del conocimiento y una dialéctica marSin entrar a discutir por el momento la cuestión a xistas, para “demostrarle” que es él quien se aparta fondo, me limito a señalar que, a pesar del “es decir” del pensamiento de los clásicos). colocado por el autor, uno puede separar los distintos Con lo cual quiero llegar al señalamiento de un elementos de su proposición y sostener, por ejemplo,- tercer problema que a mi juicio presenta el trabajo que si bien no existe en el marxismo un “método ge­ de Raúl Olmedo, y.que es el riesgo de enfrascamos en neral de producción del conocimiento” ni una “metodo­ una discusión exclusivamente nominal,, que por lo logía general de las ciencias” (puntos en que concuérdo mismo no nos conduzca a ninguna parte: o, lo que es peor, que nos embrolle'aún más. Yo creo, en lo perso­ * Olmedo se refiere aquí a varios ensayos más, realizados nal, que para sortear este riesgo, Olmedo debía plan­ por su equipo de investigación. No nos ha sido posible conocer tales trabajos, de suerte que nuestras reflexiones están moti­ tear la discusión en otros términos: aclarar que lo que importa no es preguntarse si las “Cinco tesis filosóficas” vadas exclusivamente por el texto de Olmedo. El estudio de Raúl Olmedo titulado “Leer Materialismo y empiriocriticismo de Lenin”,* que m otiva los comen­ tarios y reflexiones que siguen, me parece importante y sugestivo desde todo punto de vista: plantea proble­ mas del marxismo que no podemos eludir en el momento actual, pues son vitales para el desarrollo de esta teoría. Tengo además la impresión de compartir muchas de las tesis de Olmedo, tal vez la mayoría; pero hablo sólo de “impresión” .porque la exposición de. las mismas me parece estar realizada de tal manera, que se presta a más de un equívoco. En primer lugar, Raúl Olmedo identifica a menudo conceptos y posiciones teóricas que no necesariamente son idénticas, de suerte que a veces, en la lectura de un mismo párrafo, uno se siente inclinado a coincidir ple­ namente con ciertas afirmaciones suyas, pero a discre­ par de otras que a él, sin embargo, le parecen meros desarrollos o explicaciones de una misma proposición. Cito, a manera de ejemplo, el pasaje siguiente:

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de Mao, por ejemplo, son o no realmente “filosóficas” (? ), si la teoría materialista del conocimiento formula­ da por Lenin es en verdad una “teoría del conoci­ miento” (?) o si cuando M arx y Engels escriben “el método” están hablando de veras de un “método” (? ); sino que lo que/importa poner en claro es qué entiende el marxismo-leninismo, por-filosofía, qué por teoría m a­ terialista del conocimiento y en qué consiste esa concep­ ción o método dialéctico de que efectivamente hablan los clásicos. Sólo por este camino me parece que pode­ mos llegar a un deslinde real de campos, tanto con las concepciones no marxistas como con algunas tendencias interpretativas actuales del propio marxismo. Es el “método” que me propongo seguir aquí, procurando no apartarme de los problemas planteados en el artículo de Olmedo. 1. La filosofía marxista Yo creo que todos los que hemos partido de una formación filosófica idealista, por precaria que sea, he­ mos experimentado una profunda decepción en nuestros primeros acercamientos a la filosofía marxista, decep­ ción que de suyo es harto significativa. Ningún texto de los clásicos en donde se nos dé una imagen acabada de la realidad “absoluta”, nada sobre las causas “pri­ meras” y los fines “últimos” del hombre, la sociedad y la naturaleza, ningún fundamento trascendental de los “valores”. Y, cuando por azar hemos consultado un diccionario de filosofía marxista, ello no ha hecho más que aumentar nuestra desazón: modo de producción en vez de esencia humana, superestructura en vez de valores eternos, todo eso nos ha sonado más a sociología que a filosofía. Sólo los famosos Manuscritos del 44 nos h an proporcionado cierta sensación de alivio y conven­ cido de que Marx también fue filósofo: ¡por fin algo sobre la esencia del hombre y su alienación! Estudiantes pequeño-burgueses que no sentíamos en carne propia la explotación, este mismo concepto sólo se nos volvió filosóficamente potable cuando algún profesor nos ex­ plicó que la explotación es, teóricamente hablando, “una de las formas” de expresión histórica de la enajena­ ción (quedaba entendido, en esta óptica, que El ca­ pital no es más que el largo y aburrido análisis de la forma prosaica que asume para los obreros el noble concepto de alienación). Pero, para quienes seguimos leyendo los demás es­ tudios de los clásicos, los Manuscritos no fueron más que un pequeño oasis, luego del cual reapareció nue­ vamente un desierto en el que nada estaba previsto 124

para aplacar nuestra sed de filosofar. La ideología ale­ mana, por ejemplo, pese a su título prqmétédor, no es un libro de filosofía sino sobre la filosofía (para retomar una expresión de Olmedo), a la que M arx y Engels miran ya desde otra orilla, tildándola de “ideo­ logía”, y donde los mismos conceptos de “esencia hu­ mana” y “alienación” son vapuleados sin piedad: “eso que los filósofos han representado como la ‘sustancia’ y la ‘esencia’ del hombre” ; “esta ‘alienación’, para hacemos entender de los filósofos. . . ”, etcétera. Y ni que hablar de textos como el L. Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, en el que Engels se em­ peña en destruir sistemáticamente todo el discreto en­ canto de la filosofía, “esa supuesta ciencia de las cien­ cias que parece flotar sobre todas las demás ciencias específicas”.1 En fin, el propio Engels se encarga de decirnos, en ese mismo trabajo, que la interpretación materia­ lista de la historia pone fin a la filosofía en el campo de la historia, exactamente lo mismo que la concepción dialéctica de la naturaleza hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como imposible. Ahora, ya no se trata de sacar de la cabeza las concatenaciones de las co­ sas, sino de descubrirlas en los mismos hechos. A la filosofía desahuciada de la naturaleza y de la historia no le queda más refugio que el reino del pensamien­ to puro, en lo que aún queda en pie de él: la teoría de las leyes del mismo proceso de pensar, la lógica y la dialéctica.2 Partida de defunción de toda una concepción de la filosofía, que encontramos repetida con igual precisión en otro texto del mismo autor. El materialismo moderno —escribe Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico— es sus­ tancialmente dialéctico y no necesita ya de una fi­ losofía superior a las demás ciencias. Desdé el mo­ mento en que cada ciencia tiene que rendir cuentas de la posición que ocupa en el cuadro universal de las cosas y del conocimiento de éstas, no hay ya mar­ gen para una ciencia especialmente consagrada a estudiar las concatenaciones universales. Todo lo que queda en pie de la anterior filosofía, con existencia propia, es la teoría del pensar y de sus leyes: la ló­ gica fomial y la dialéctica. Lo demás se disuelve en la ciencia positiva de la naturaleza y de la his­ toria.3 1 Ediciones de Cultura Popular, S. A., México, 1972, p192. 2 Op. cit., p. 221. 3 En Obras escogidas en un volumen, Moscú, Ed. Progreso* 1969, p. 439.

Afirmación perentoria y yo diría inapelable, pues lado epistemológico más: el de que las cosas (la n a­ ¿a quién recurrir? ¿A Lenin? Ni pensarlo. ¿A Mao? turaleza y la sociedad) son cognoscibles “en sí”5 esto es, Menos aún. Uno comprende que Sartre haya tenido que en su estructura objetiva. El conocimiento de esta ir en pos de Kierkegaard para “completar” su versión estructura permite explicar incluso los mecanismos de deformación o distorsión del “reflejo”, como lo demues­ del marxismo. La filosofía marxista nace, pues, como un acto de tra la teoría marxista de las ideologías. d) El conocimiento científico nunca es, sin embar­ ruptura: es la negación de toda filosofía en el sentido go, acabado e inmutable: es u n proceso sin fin. L a ver­ " clásico” del término y la afirmación de que la produc­ dad reside, para decirlo con palabras de Engels, ción de conocimientos es tarea exclusiva de. la ciencia. Sin embargo —y esto es muy importante para no con­ en el proceso mismo del conocer, en la larga tra­ fundir, ni siquiera en este punto, al marxismo con el yectoria histórica de la ciencia que, desde las etapas positivismo— el primero no se mantiene al margen inferiores, se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubri­ del debate filosófico ni manifiesta una posición “ecléc­ miento de una llamada verdad absoluta, a un punto tica” frente al problema de las relaciones entre el ser y en que ya no pueda seguir avanzando, en que sólo le el pensamiento. Al contrario, el marxismo es en este resta cruzarse de brazos y sentarse a adm irar la ver­ terreno una permanente toma de posición materialista, dad absoluta conquistada.2*4 hecho que desde luego no significa la recreación de una filosofía “superior” a las ciencias, sino la simple pero e) La estructura y demás características de la m a­ fundamental defensa teórica de un supuesto epistemo­ teria (de lo objetivo) es por lo tanto algo que a cada lógico sobre el que prácticamente descansa cualquier ciencia toca definir. Para el materialismo dialéctico el ciencia (y la labor de cualquier científico, por idealista concepto de materia no es m ás que “una categoría que él sea). En esto, nada más ni nada menos, consiste filosófica para designar la realidad objetiva” (Lenin). la teoría marxista del conocimiento, que junto con la No está por demás aclarar que este conjunto de dialéctica (a la que luego nos referiremos) constituyen principios epistemológicos que conforman la teoría m ar­ el núcleo de la filosofía marxista. Lo demás, es harina xista del conocimiento son rigurosamente científicos, en de otro saco: producto de una cosecha en predio ajeno. la medida que su verificación está dada por la práctica permanente de las ciencias naturales y sociales. 2. La teoría marxista del conocimiento 3. Verdad relativa y absoluta, ciencia e ideología Existe, pues, a nuestro parecer una teoría marxista Es necesario formular algunas precisiones sobre este del conocimiento que consta, en lo fundamental, de los asunto, que todavía parece prestarse a confusiones: siguientes principios epistemológicos: a) El conocimiento científico alcanzado en deter­ a) Las cosas (es decir, la naturaleza y la sociedad) minado momento es siempre relativo en el sentido en existen independientemente de la conciencia que las que no representa el fin del proceso de conocimiento; percibe; tienen u n a materialidad (objetividad) propia. pero es también absoluto en .cuanto “corresponde in­ Por lo tanto, la conciencia es siempre conciencia de condicionalmente a una verdad absoluta” (Lenin), algo exterior a ella; es, en los términos metafóricos claramente deslindable de todas las fantasmagorías e de Lenin, un “reflejo” (imagen del espejo). ilusiones ideológicas. Como escribe el mismo Lenin, b) Este “reflejo”, sin embargo, no es mecánico ni esta afirmación “es lo bastante ‘imprecisa’ para impe­ espontáneamente exacto; más aún, la misma naturaleza dir que la ciencia se convierta en un dogma en el mal de ciertas estructuras sociales tiende a deformarlo: a sentido de esta palabra, en una cosa muerta, estancada, “invertirlo como en una cámara obscura”, a “subli­ marlo”, etcétera (cf. La ideología alemana). Además, anquilosada; pero, al mismo tiempo, es lo bastante ‘pre­ para producir un conocimiento verdaderamente obje­ cisa’ para deslindar los campos del modo más resuelto tivo es necesario pasar del “conocimiento” sensible al e irrevocable entre nosotros y el fideísmo, el agnosti­ conocimiento lógico, de la percepción de los efectos cismo, el idealismo filosófico.. . Es el límite entre el al análisis de las estructuras. Tal es la tarea de la cien­ materialismo dialéctico y el relativismo”.5* cia, que por lo tanto es un proceso específico de pen­ 4 En L. Feuerbach.. ., ed. cit., p. 149. samiento. 5 Materialismo y empiriocriticismo, Moscú, Ed. Progreso, c) Lo anterior implica la aceptación de un postu­ s.f., p. 138. 125

b) Existen, desde luego, ciertas condiciones sociales de producción del conocimiento; pero éste, cuando es verdaderamente científico, es irreductible a ellas. El co­ nocimiento científico no es, en suma, la simple expre­ sión de sus condiciones sociales de producción. Lenin afirma, por ero, que: Desde el Dunto de vista del materialismo moderno, es decir, del marxismo, son históricamente condicio­ nales los límites de la aproximación de nuestros co­ nocimientos a la verdad objetiva, absoluta, pero la existencia de esta verdad, así como el hecho de que nos aproximamos a ella no obedece a condiciones. Son históricamente condicionales los contornos del cuadro, pero este cuadro representa sin condiciones un modelo objetivamente existente. Es históricamente condicional cuándo y en qué condiciones hemos pro­ gresado en nuestro conocimiento de la esencia de las Cosas hasta descubrir la alizarina en el alquitrán de hulla o hasta descubrir los electrones en el átomo, pero cada uno de estos descubrimientos es sin condi­ ciones un progreso del “conocimiento incondicional­ mente objetivo”.0 c) En suma, de lo que se trata es de fijar un límite entre lo que es conocimiento científico y lo que no es tal; de saber, como dice Lenin, si la tierra ha tenido la historia que se expone en la geología o si ha sido creada en siete días como afirma la Biblia. Distinción entre ciencia y no ciencia que por lo demás practicamos cotidianamente, por ejemplo cuando buscamos un mé­ dico y no un brujo para que cure nuestras dolencias. Práctica corriente incluso en aquellos “estetas” que la­ m entan la pérdida de la dimensión mágica del mundo contemporáneo y gritan contra el culto excesivo a la ciencia y la razón. 4. El método dialéctico Con respecto a este punto me parece que por lo menos se deben precisar las siguientes cuestiones: а) Olmedo tiene razón en denunciar cierto feti­ chismo del método: el método, por sí solo, nada garan­ tiza. Como observó Engels, Hegel, por ejemplo, llega a “la deducción de una conclusión política extremada­ mente tímida, por medio de un método discursivo ab­ solutamente revolucionario” .7 Lo único que garantiza un conocimiento correcto de la realidad es una adecuada representación teórica de la misma. б) Creer que el universo y la sociedad se desarro­ llan de acuerdo con las tríadas hegelianas o algún es-8 8 Op. cit., p. 137. 7 L. Feuerbach. .., pp. 152-153. 126

quema general parecido, y que la dialéctica —o sea, el método marxista— consiste en buscar ejemplos o hacer juegos formales de palabras para “demostrar”' tal aserto, es puro y simple idealismo. Al respecto, me permito citar in extenso al propio Lenin: Al refutar los ataques de Dühring contra la dialéc­ tica de Marx, Engels dice que M arx jamás pensó ni remotamente, en “demostrar” algo con las tríadas dé Hegel: que sólo estudiaba e indagaba el proceso' real, y el único criterio de verdad de una teoría era para él su concordancia con la realidad. Y si al ha­ cerlo, dice, resultaba a veces que el desarrollo dealgún fenómeno social coincidía con el esquema de Hegel: tesis-negación-negación de la negación, esto no tiene nada de extraño, porque no es raro en absoluto que ocurra en la naturaleza. Y Engels empieza a dar ejemplos del ámbito de la historia natural (el desarrollo de una semilla) y social (como, por ejemplo, al principio existió el comunismo pri­ mitivo, luego la propiedad privada y más tarde la socialización capitalista del trabajo; o al principio el materialismo primitivo, luego el idealismo y final­ mente el materialismo científico, etcétera). Para todo el mundo es evidente que el centro de gravedad de la argumentación de Engels es que la misión de los materialistas consiste en describir adecuada y correc­ tamente el verdadero proceso histórico, y que insistir en la dialéctica, recoger ejemplos llamados a demos­ trar la exactitud de la tríada no son más que ves­ tigios del hegelianismo del cual nació el socialismo científico, vestigios de su modo de expresarse.® Y Lenin continúa, polemizando con Mijailovski:: El señor Mijailovski se encontraba continuamente, al leer la literatura marxista, con el “método dialéc­ tico” en la ciencia social, con el “pensamiento dia­ léctico”, siempre en la esfera de las cuestiones sociales; (la única de que se trata), etcétera. En su simpleza espiritual (y ojalá fuese sólo simpleza) creyó que este método consistía en resolver todos los problemas sociológicos según las leyes de la tríada hegeliana. Si hubiera abordado el tema con mayor atención,, no habría podido dejar de convencerse de lo absurdo de esta concepción. Marx y Engels llamaron método dialéctico — por oposición al metafísico—, sencilla­ mente, al método científico en sociología, consistente en considerar a la sociedad como un organismo vivo;, que se halla en continuo desarrollo (y no como algo mecánicamente enlazado y que, por ello, permitetoda clase de combinaciones arbitrarias de elementos sociales aislados) y para cuyo estudio es necesario realizar un análisis objetivo de las relaciones de ,-pro8 Quiénes son los "amigos del pueblo” y cómo luchan con­ tra los socialdemócratas, Buenos Aires, Ed. Anteo, 1973; pp¿. 44-45.

ducción que constituyen una formación social deter­ minada, estudiar las leyes de su funcionamiento y desarrollo. Más abajo procuraremos ilustrar la rela­ ción entre el método dialéctico y el metafísico (este último engloba también, sin duda, el método subje­ tivo en sociología) con argumentos del propio señor Mijailovski. Ahora sólo subrayemos que quienquiera haya leído la definición y descripción del método dialéctico que dan tanto Engels (en la polémica con Dühring: Del socialismo utópico al socialismo cien­ tífico) como M arx (en varias notas de El capital y en el Epílogo a la segunda edición, así como en M i­ seria de la filosofía) habrá visto que para nada se habla allí de las tríadas de Hegel y que todo se re­ duce a considerar la evolución social como Un pro­ ceso histórico natural del desarrollo de las formacio­ nes economicosociales.® Y, en efecto, ni El capital (salvo los iniciales “co­ queteos” con Hegel, a los que el propio Marx tildó de tales), ni el 18 Brumario ni El desarrollo del capita­ lismo en Rusia, se han hecho a partir de las tríadas hegelianas ni de nada semejante. Es una cosa que de­ bemos tenerla muy clara. c) Sin embargo, no puede decirse que el método dialéctico no exista. Este método existe, y está consti­ tuido por un conjunto dt pautas (dadas por la teoría) que guían la investigación. Algunos ejemplos: — Si la teoría h a demostrado que la realidad social sólo existe como proceso, no podemos estudiarla como si fuera algo fijo y acabado, a la m anera metafísica. — Si la teoría ha comprobado que los elementos constitutivos de la sociedad conforman una estructura (un todo articulado), mal podemos analizarlos aisla­ damente: tenemos que investigar sus concatenaciones (para emplear un término caro a Engels). — Si la teoría ha descubierto que la contradicción y la complejidad son las formas básicas de relación entre tales elementos, hay que tomar en consideración este descubrimiento para nó caer en los análisis mecanicistas. — Si la teoría ha verificado que esos elementos ocu­ pan rangos y tienen “pesos” distintos en la estructura social, no podemos emprender el estudio de esa estruc­ tura a partir de cualquier elemento, a la manera de los estrücturalistas, por ejemplo. Éstas son, desde luego, indicaciones de carácter ge­ neral y que en el marxismo no forman un cuerpo aparte de la teoría (el artículo de Mao “Sobre la Contradic­ ción”, por ejemplo, no es un “texto métodológico” : es un trabajo teórico, que posee una dimensión meto-9 9 Ibid., pp. 46-47.

dológica). Pero son indicaciones (conclusiones, si se quiere) de un valor inestimable, aunque sólo fuese porque señalan los errores que no debemos cometer. Puede denominárseles cuestiones de método sólo en la medida en que nos dicen: ¡ojo! el objeto de estudio tiene tales características (teoría) y por lo tanto debe­ mos abordarlo de determinada manera (método). 5. L a construcción de categorías En su conocido texto titulado “El Método de la Economía Política”,19 Marx formula una serie de re­ flexiones de las que a nuestro juicio es posible extraer importantes conclusiones sobre lo que significa el mé­ todo materialista dialéctico a este nivel. M arx parte, en el citado trabajo, de una distinción fundamental, sin la cual ninguno de los problemas allí planteados sería comprensible: es la distinción entre proceso real (histórico y natural) y proceso de pensa­ miento, distinción que, como ya lo vimos, constituye la base de la teoría marxista del conocimiento. Luego, Marx pasa a formular su pregunta metodológica cen­ tral: ¿qué camino sigue el pensamiento para conseguir una “apropiación teórica de lo real” ? La respuesta es clara: el pensamiento sigue un ca­ mino específico, relativamente autónomo llamémoslo, que consiste en partir, no del dato empírico inmediato, sino de ciertas categorías que M arx denomina las más simples (en el sentido de menos determinadas), para luego irse “elevando” de lo abstracto a lo concreto (lo más determinado), hasta apropiarse de ese concreto, pero ya no en forma .caótica y arbitraria (como los empiristas), sino bajo la forma orgánica de lo “con­ creto-pensado”. Pero atención, nos dice M arx: tal es el método correcto, a condición de ño olvidar que es un camino que recorre el pensamiento para apropiarse de lo concreto, y no, “en modo alguno, al proceso de la géne­ sis de lo concreto mismo”. N eta diferencia con Hegel, quien “cayó en la ilusión de concebir lo real como el resultado del pensamiento que se concentra en sí mis­ mo, se profundiza y se mueve por sí mismo” . Primera lección, epistemológica y metodológica. Pero el problema no term ina allí. La autonomía re­ lativa del proceso de pensamiento, obliga además a pre­ guntarse si éste, al contribuir sistemáticamente las ca­ tegorías que le permitirán apropiarse teóricamente de la realidad, recorre o no, paso a paso, los mismos mo10 Las citas las extraemos de la edición cubana de los Fundamentos de la crítica de la economía política, La Habana, 1970. 127

mentos que el proceso real. “Estas categorías simples —se pregunta en efecto Marx— ¿no tienen una exis­ tencia independiente, histórica o natural, anterior a las categorías más concretas?” . “Depende”, responde, antes de formular el problema en toda su complejidad: Aunque históricamente la categoría más simple puede haber existido antes que la categoría más concreta, puede pertenecer en su completo desarrollo, intensi­ vo y extensivo, a una forma de sociedad compleja; en tanto que la categoría más desarrollada puede per­ tenecer a una forma de sociedad menos avanzada. Segunda lección, pues: no hay ninguna coinciden­ cia lineal y mecánica entre el proceso de construcción de categorías y su orden de sucesión histórica. Reflexión metodológica que supone, a su vez, una nueva concep­ ción (teoría) de la historia, como más adelante ve­ remos. Marx tiene, además, buen cuidado en distinguir la existencia “intelectual” de ciertas categorías y su exis­ tencia real. La categoría trabajo en general, por ejem­ plo, que es “tan antigua como el mundo” y aparen­ temente “válida para todas las formas de sociedad”, no es “prácticamente verdadera, en toda su abstracción, sino como categoría de la sociedad moderna”, es decir, capitalista. Trabajo en general, trabajo abstracto, tra­ bajo a secas o como quiera denominársele, es por lo tanto una categoría teóricamente pertinente (puesto que prácticamente verdadera) sólo en un modo de pro­ ducción como el capitalista, que se define justamente por el hecho de la compraventa de la mercancía fuerza de trabajo. Tercera lección, que es bueno recordar: las cate­ gorías sólo existen realmente para el marxismo desde el momento en que se vuelven pertinentes para la ex­ plicación de una realidad concreta y determinada. Antes, sólo poseen una existencia “intelectual”. Y con esto llegamos al meollo metodológico que nos interesaba destacar: el orden de las categorías, y la elección misma de ellas, no es algo determinado por su orden de aparición histórica ni por ninguna virtud na­ tural, ni tampoco por su supuesto encadenamiento “dia­ léctico” como tesis, antítesis y síntesis o algo semejante, sino única y exclusivamente por su pertinencia con res­ pecto a la estructura que se pretende explicar. Sobre este punto, Marx es claro hasta más no poder: Se cometería un error si se estableciera la sucesión de las categorías económicas según el orden de su influencia histórica. Su orden, por el contrario, es determinado por sus relaciones en el seno de la socie­ 128

dad burguesa moderna. Se obtiene entonces exacta­ mente lo inverso de su orden natural o del orden de su desarrollo histórico. Aquí pasamos por alto las relaciones que ligan históricamente entre ellas las condiciones económicas de las diferentes formas su­ cesivas de la sociedad, así como su orden de sucesión ideal (Proudhon), lo cual constituye una concepción nebulosa de la historia. Lo que nos interesa aquí son su orden y sus relaciones en la sociedad burguesa moderna. De donde se desprende, a nuestro juicio, una cuarta lección: el abandono de la concepción idealista de la historia, que consideraba a ésta como el desarrollo de ciertas categorías (conceptos), no podía dejar de tener sus consecuencias metodológicas. Pensada lá historia de otra manera, es decir, ya no como el desenvolvimiento (triádico o no) del concepto, sino como la sucesión de estructuras reales (“formas sucesivas de la sociedad” ), el proceso del pensamiento tenía que seguir otro cami­ no, otro método. La misma acentuación de su auto­ nomía en determinado momento, cuando el orden teó­ rico parece alejarse del orden “histórico”, no es más que el efecto metodológico del nacimiento de un nuevo concepto de historia: en realidad, ese orden teórico no se aleja de la historia, sino de la vieja concepción, idea­ lista y linear, de la misma. Concepción que Marx aban­ dona hasta sus últimas consecuencias en sus obras de madurez, pese a sus esporádicos “coqueteos” con Hegel, que no son otra cosa que eso. 6. Los demonios del método y el poder ablusivo de El capital Olmedo apunta con razón la situación crítica por la que atraviesa la teoría marxista en el momento ac­ tual, pero me parece que no profundiza como se debiera en el análisis de tan complejo problema. Por mi parte, sólo quisiera anotar brevemente tres cosas al respecto: a) No creo que dicha crisis se deba a causas fun­ damentalmente universitarias, ni al carácter de “apara­ tos ideológicos de Estado” que hoy es corriente atribuir a todos los centros de enseñanza. Pienso que (mientras el fascismo no interviene para “unificad’ manu mili­ tan el pensamiento “nacional” y convertir a esos cen­ tros en verdaderos “aparatos ideológicos de Estado” ) en ellos no hacen más que expresarse —con especifici­ dades es verdad— las corrientes existentes en el con­ junto de la sociedad, nacional e internacional. Para comprender lo que piensa “la universidad” es por lo tanto necesario salir “teóricamente” de ella y otear un horizonte más vasto.

b) Tampoco creo que la fuente principal de divi­ sión entre los marxistas sea la cuestión del método. ¡Ojalá fuese así! Yo diría más bien que las discrepan­ cias que se generan a otro nivel se expresan —ideoló­ gicamente— como un asunto “metodológico”. Daré dos ejemplos. Cuando Bettelheim, supongamos, se propone demostrar que Cuba no es un país socialista, que allí se ha realizado cuando más una revolución burguesa nacional, obviamente tiene que hacerlo recurriendo a un “método” especial. Asimismo, cuando algún intelec­ tual de izquierda quiere comprobar “teóricamente” que en la URSS existen clases (“como en las formaciones capitalistas” ), tiene que dar obligadamente ciertos pa­ sos “metodológicos”, el primero de los cuales consistirá, como es de rigor, en demostrar que la idea de que la propiedad privada genera las clases es un mero engen­ dro “estalinista” . A lo que seguirá, ritualmente, el co­ nocido embrollo sobre el “poder de decisión”, los “con­ sejos obreros” y ainsi de silite. c) Por eso, tampoco comparto la fe de Olmedo en la lectura de El capital como solución a la crisis de la teoría marxista, ni su idea de que con tal lectura vamos a conjurar los demonios de la “ideología”. Todo de­ pende de cómo leamos dicha obra y con qué fin. En cualquier caso, atención: no fetichicemos El ca­ pital. Concuerdo plenamente en que éste constituye una de las bases más sólidas de la ciencia marxista e in­ cluso en que pueda tomársela como su expresión más sistemática y “acabada”, aunque esto último suene a paradoja por una razón bien conocida. Pero me parece que a veces se exagera la nota en grado tal, que a la postre se term ina por crear la impresión de que en el propio marxismo coexisten dos reinos: el de El capital, que es el de la ciencia, y el de todo el resto, que sería el de la ideología. Yo sé que ésta no es la posición de Raúl Olmedo ni la de ningún otro colega; mas sí veo dibujarse en ciertos grupos de estudiantes este tipo de creencia. En un mundo tecnocratizado como el nuestro, es natural que se tienda a identificar la ciencia con los textos en que aparecen números y fórmulas. La ciencia de El capital, obviamente, no está en eso. De lo que he escrito en las páginas precedentes me parece quedar claro que no estoy proponiendo el re­ greso a ninguna “filosofía”, en el sentido idealista del término; Olmedo sabe, además, que éste no es mi punto d e vista. Pero sí quiero decir que la propia lectura de El capital debe hacerse, a mi juicio, sobre la base de un conocimiento general previo del conjunto de la teoría marxista, que permita justamente ubicar y comprender

mejor El capital. No estoy de acuerdo, por ejemplo, con la siguiente afirmación de Raúl Olmedo, al menos en la forma equívoca en que viene formulada: Se trata de un hecho que todos podemos com probar: el estudiante en ciencias sociales generalmente “sabe” mucho método dialéctico pero no h a leído, ni mucho menos asimilado, El capital. Se cree capaz de hacer, con el sólo método dialéctico, el análisis de la socie­ dad, es decir, de las contradicciones (“dialécticas” ) entre las clases sociales, sin sospechar que precisa­ mente el capítulo sobre las clases sociales es el últi­ mo de El Capital, porque Marx entendía que el análisis de las contradicciones entre las clases sólo es posible cuando se han comprendido y analizado todos los mecanismos del intercambio capitalista. Dejo de lado el caso del estudiante que asimila mal la dialéctica o la teoría marxista de las clases sociales y de quien aplica una u otra con ligereza: ése es un problema de mala asimilación y de frivolidad y no una cuestión atinente a la teoría y al método. Y paso ala cuestión de fondo. El capítulo sobre las clases sociales es ciertamente el último de El capital y además nos deja sur notre faim, ya que Marx no lo alcanzó a concluir. Pero la teoría marxista de las clases baña toda la obra y yo diría que comienza a perfilarse, a más tardar, en las primeras líneas del segündo capítulo, cuando Manx nos recuerda que las mercancías ño van solas al mercado, sino que tienen un dueño. En todo caso, y sea de esto lo que fuere, me parece peligroso leer El capital como si la teoría de las clases y su lucha sólo fuesen á apa­ recer al final, porque de este modo no se hace otra cosa que convertir a M arx en un “economista” : en un economicista para ser más precisos. Me he topado con personas que leyeron el prim er tomo de El capital sin percatarse, por ejemplo, de que el paso de la extracción de plusvalía absoluta a la extracción de plusvalía rela­ tiva es rigurosa y totalmente incomprensible si se hace “abstracción” de la lucha de clases (por el acortamien­ to de la jomada de trabajo, etcétera), que M arx descri­ be por algo en forma bastante detenida: pero creían, los lectores en cuestión, que ésta era una parte “anecdó­ tica”, de la que bien se podía prescindir en beneficio de la parte realmente “técnica” —ergo: “científica”-—, que es la referida al “maqumismo”. Es sólo un ejemplo, pero bastante ilustrativo. Y es la razón por la cual insisto en la necesidad de leer El capital sin olvidar principios tan elementales y sen­ cillos del marxismo como este de que las máquinas, al igual que las mercancías, no caminan solas y tienen 129

dueño; sin olvidar cuestiones metodológicas aparente­ mente manidas como aquella de que existe una relación dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción; y sobre todo, sin olvidar que el marxismo es, en lo medular, una teoría de las clases y su lucha y no una filosofía de la enajenación, una teoría del desarrollo “trinitario” del concepto y el mun­ do, o la descripción más “técnica” que se haya hecho de la “economía” capitalista. Olmedo lo sabe muy bien y

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no creo que en esto discrepemos mayormente; pero me parece que en su trabajo no plantea las cosas con la claridad debida. Tendría deseo de dialogar con él sobre otros aspec­ tos de su artículo, como los que se refieren a los “apa­ ratos ideológicos de Estado” o la cultura burguesa y la cultura proletaria; pero mi “comentario” se ha alar­ gado ya más de la cuenta, por lo que dejo estos asuntos para una mejor oportunidad.

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