La certeza de la incertidumbre

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Description

LA CERTEZA DE LA INCERTIDUMBRE (Un análisis del relato El hombre de la rosa, de Manuel Rojas)

Antonia Cammisa Instituto San Luis Gonzaga Esquel, Chubut

ÍNDICE Pagina Presentación

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Marco teórico e histórico

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Genealogía del género

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Características del relato fantástico Desarrollo

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El autor y la obra

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Resumen argumental

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Análisis del texto

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Conclusiones

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Bibliografía

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PRESENTACIÓN Este trabajo ha sido realizado bajo la dirección de la Profesora Anabella M. Castro Ramos, docente del área de Lengua y Literatura en el Instituto San Luis Gonzaga de la localidad de Esquel, Chubut. El objeto del trabajo consiste en realizar un análisis del cuento de Manuel Rojas titulado El hombre de la rosa, orientado a establecer y desarrollar una hipótesis que se sustente en alguno de los rasgos de la obra que definen su ubicación dentro del género “fantástico”. En este caso, el planteo y desarrollo del trabajo estará orientado por la hipótesis de que “el texto, provoca el estado de incertidumbre respecto de los protagonistas, al punto de hacer tambalear sus convicciones, uno por sus dudas, el otro —quizás— por sus culpas.”

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MARCO TEÓRICO E HISTÓRICO GENEALOGÍA DEL GÉNERO Suele definirse al relato fantástico como aquél que entrelaza hechos reales con elementos extraños, ante los cuales se vacila entre la explicación natural y la sobrenatural. Sin detenerse demasiado en las muchas teorizaciones y clasificaciones, puede simplificarse diciendo que el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo maravilloso, cuyo efecto se sostiene en tanto el lector duda entre una explicación racional y una irracional y mientras rechace de plano, una vez finalizada la narración, que el texto permanezca exclusivamente en uno u otro plano. Según Todorov, “es insólito si tiene explicación y maravilloso si no la tiene”. Como base de todo cuento fantástico existe, entonces, un elemento primordial que es la vacilación entre una explicación natural o una explicación sobrenatural de los acontecimientos. La incertidumbre está presente en los personajes y en el lector respecto a la factibilidad de los hechos, situados súbitamente frente a lo inexplicable, lo que otorga al género fantástico su carácter vital. La incredulidad absoluta del hecho, tanto como la fe absoluta en él, dejaría desvirtuada su cualidad fantástica. Como género literario, opuesto al realismo convencional, remonta sus orígenes hacia la segunda mitad del siglo XVIII, con la aparición de las llamadas novelas “góticas”, tales como El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole o Los misterios de Udolfo (1794) de Ann Radcliffe. La aparición de estas novelas, en las que se comienza a explorar ciertos temas extravagantes y sobrenaturales, abrió la puerta de un género 3

que más tarde encontraría diversas ramificaciones, al ser retomadas con matices particulares por otros autores en los siguientes siglos. Los temas clásicos que abordan estas obras versan, por ejemplo, en el tratamiento de mundos paralelos, pactos con el diablo, historias alternativas, búsquedas mágicas, en la realidad invadida por sueños aberrantes o hechizos monstruosos. Entre otras obras maestras del género se pueden nombrar: Vatheck

(1786) de

William Beckford, los relatos dentro del relato en El manuscrito encontrado en Zaragoza (1804, Parte I y 1813, Parte II) de Jan Potocki, o las colecciones de cuentos publicados por E. T. A. Hoffman en las primeras décadas del siglo XIX. A pesar de que el novelista gótico Charles Brockden Brown sea considerado, con toda seguridad, el primer autor fantástico de los Estados Unidos, y a que otros produjeran historias como El joven Goodman Brown de Nathaniel Hawthorne, fue Edgar Allan Poe el mayor exponente e impulsor del género en América, tanto en prosa como en verso. A todos ellos también se los juzga como pioneros de la literatura de terror y de ciencia ficción. Hay que decir que, hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, la “línea demarcatoria” de los géneros comienza a hacerse cada vez más borrosa, aunque quizás sea adecuado considerar el terror y la ciencia ficción como subgéneros dentro del fantástico. En el siglo XIX Edward Lear y Lewis Carroll jugaron y experimentaron con el lenguaje y las paradojas de la lógica. Otros escritores, como Charles Dickens, George Mac Donald o William Morris, realizaron un uso didáctico de la fantasía, poniéndola al servicio de la ética cristiana y la alegoría. Esta tendencia continuó durante el siglo XX con ejemplos destacados como la novela de G. K. Chesterton El hombre que fue jueves (1908) o el ciclo de novelas para niños Crónicas de Narnia (1951-1956), de Clive S. Lewis. En tiempos más recientes, una serie de escritores norteamericanos y británicos se inclinaron a realizar una literatura fantástica destinada al consumo masivo. Escritores europeos y latinoamericanos como Ítalo Calvino, Mijaíl Bulgakov, Michel Tournier, 4

Jorge Luis Borges o Julio Cortázar se centraron en obras más literarias e intelectuales que, por momentos, coinciden con las ideas y la imaginería expresionista y surrealista. Es bien conocido en nuestro ámbito lingüístico el singular auge que conoció el “realismo mágico”, así denominado por la adopción de un tipo de fantasía en el que los acontecimientos más extraños se narran de la manera más llana y “natural”, estilo en el que destacaron autores latinoamericanos como Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes. De todos modos, escritores del viejo continente como la británica Ángela Carter, el checo Milan Kundera o el ya mencionado Ítalo Calvino adscribieron también a esta subcategoría de lo fantástico en algunas de sus obras.

CARACTERÍSTICAS DEL RELATO FANTÁSTICO Teniendo como punto de partida un acontecimiento extraño, se produce una vacilación que es la base fundamental del cuento fantástico, tanto en el narrador como en los personajes y en el lector. Normalmente, frente a estas situaciones el personaje duda y, al mismo tiempo, trata de buscar una explicación lógica a lo sucedido. Es común el procedimiento de que el personaje interprete los hechos como un sueño o una alucinación. La vacilación en el narrador: en su caso, la ambigüedad que provoca incertidumbre suele lograrse a través de distintos procedimientos. 1) El planteo de la primera persona, para dar testimonio de los acontecimientos. Al afirmar que él los ha presenciado se da cierta verosimilitud y se resta posibilidades a la idea de falsedad. 2) Con frecuencia se emplean determinados tiempos verbales, como el pretérito imperfecto, para descartar toda incertidumbre. 3) Con la misma finalidad se vale de ciertas locuciones específicas. La vacilación en el lector: Consiste en la duda que surge en el lector al tratar de explicarse si las causas del fenómeno extraño son naturales o sobrenaturales. Por dos caminos el lector intenta resolver su vacilación: o admite que el acontecimiento 5

puede darse en una realidad inusitada o lo acepta como producto de la imaginación o de la ilusión. La vacilación en los personajes: Esta vacilación entre el mundo racional y los acontecimientos sobrenaturales no sólo es sentida por el lector sino que también puede ser vivida por el o los personajes, hasta convertirse incluso en uno de los temas de la obra, tal como parece suceder en la obra aquí analizada. En síntesis, el género fantástico contiene suspenso, curiosidad, desazón y miedo, y a través de ellos el escritor logra la irrupción de lo extraño e inexplicable en el mundo cotidiano del lector.

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DESARROLLO EL AUTOR Y LA OBRA El Hombre de la Rosa fue publicado por primera vez en Buenos Aires por la Editorial Losada, en el año 1963. El propio Manuel Rojas explicó que el tema del cuento está extraído del folklore chileno, al que conoció a través de la recopilación realizada por Ramón A. Laval en el libro Cuentos populares chilenos. El cuento original se titulaba La rosa de las monjas claras y, al no existir referencias ni concordancias con algún otro cuento tradicional europeo o americano, aparentaba ser una historia genuinamente autóctona. Por ello no extraña que el relato de Manuel Rojas adquiera rasgos de la fábula tradicional. Hijo de emigrantes chilenos, el autor nació en Buenos Aires, en 1896, y murió en Santiago de Chile, en 1973. Detenerse mínimamente en algunas circunstancias de su vida resulta de interés, para comprender cómo gran parte de su obra está inspirada en las condiciones de vida de los más humildes y marginados de la sociedad. De extracción también humilde, Rojas realizó desde muy joven los más diversos oficios (pintor, electricista, vendimiador, peón del ferrocarril, aprendiz de sastre, actor en compañías de teatro ambulante, lanchero, etcétera), a lo que se vio obligado también por la prematura muerte de su padre, cuando el futuro escritor contaba apenas con once años de edad. Luego de constantes idas y vueltas entre Argentina y Chile, a los dieciséis años se instaló definitivamente en la tierra paterna. Pese a su formación autodidacta, llegó a 7

ser articulista en medios de prensa y también director del Departamento de Prensa de la Universidad de Chile. En medio de tantas ocupaciones, la creación literaria fue la labor central de su vida y, con los años, le llegarían los reconocimientos, entre otros, el Premio Nacional de Literatura, en 1957, y los viajes por Sudamérica, Europa y Oriente. Iniciado en el realismo social —fruto quizá en parte de su inclinación por las cuestiones sociales y políticas—, pronto hizo un giro hacia una propuesta más intimista, que no obstante siempre ofrece una mirada aguda y sensible de la atmósfera social y cultural de su país. Se lo considera también un escritor innovador, al incorporar el surrealismo en la literatura chilena a partir del relato El vaso de leche (1929) y, en especial, en su obra más sobresaliente, la novela autobiográfica Hijo de ladrón (1951). Con lenguaje sencillo y claro, sus temas literarios suelen estar enmarcados en escenarios pobres y marginales, ante los cuales no toma partido, sino que los describe crudamente. Despojado de truculencia pero también de compasión, abre así el juego al lector, sin condicionamientos ni prejuicios. Estos rasgos pueden verse claramente en El hombre de la rosa, cuando pinta sus personajes y la realidad social circundante con todas sus miserias y contradicciones e invita al lector a formarse su propia opinión.

RESUMEN ARGUMENTAL El hombre de la rosa relata la historia del padre Espinoza, fraile capuchino que se halla en una misión evangelizadora en Osorno, al sur de Chile, en tiempos de la colonia. A este protagonista se lo caracteriza como a una persona de alma sencilla pero de convicciones firmes: un hombre “de una pieza” (pág. 26). En medio de la misión, se cruza en su camino con un nativo de carácter especial, más culto que el general de la gente de la zona, en circunstancias que llegan a poner en duda sus creencias. Este hombre le asegura al padre, con pesar y sentimiento de 8

culpa, que ha practicado y que conoce los secretos de la magia negra y que desea confesarse por ello. Ante la incredulidad y desprecio de Espinoza, el hombre desafía al fraile, diciéndole que puede traerle un objeto que sólo se puede encontrar en un lugar lejano, sin salir del convento, mientras permanece encerrado en un cuarto seguro y en el lapso de una hora. El padre, tras reflexionar sobre el asunto, le pide al extraño hombre que le traiga una rosa de los jardines del convento de las monjas Claras situado en Santiago de Chile, convencido de la imposibilidad de la empresa. Sin embargo, invadido por las dudas, no cumple con el compromiso de no ingresar al cuarto antes del plazo convenido. Lo hace y, desconcertado ante el inexplicable cuadro que observa (el hombre se halla recostado sobre una mesa y su cabeza ha desaparecido sin dejar huellas), sólo atina a clavarle un alfiler de cabeza negra en un pie, para el caso de necesitar una prueba de que nunca ha salido de allí. El final del relato, que encuentra a ambos de regreso a Valdivia en circunstancias o con propósitos que el narrador no llega a aclarar del todo, sume al lector en total incertidumbre respecto del suceso, al igual que a sus protagonistas, al punto de no saber responder la medida en que el fraile y el insólito hombre hayan podido quedar afectados o transformados por él.

ANÁLISIS DEL RELATO En la introducción del cuento, el autor ofrece precisas pinceladas sobre el choque de dos mundos diferentes que conviven sin comprenderse demasiado: uno, el de la avanzada de colonizadores que han impuesto su dominio a los nativos, junto a los clérigos evangelizadores que predican su particular visión del mundo; el otro, el de los nativos desplazados en su propia tierra y censurados en sus creencias, quienes acuden a los religiosos menos movidos por convicción que por la necesidad de recibir su caridad. El narrador, sin perder la neutralidad en el relato, deja entrever la 9

desigual condición entre unos y otros, entre los hombres presuntamente superiores y los inferiores: “…rostros embrutecidos por el alcohol y la ignorancia; toda una fauna informe, salida de los bosques cercanos y de los tugurios de la ciudad. Los misioneros estaban ya acostumbrados a ese auditorio y no ignoraban que muchos de aquellos infelices venían, más que en búsqueda de una verdad, en demanda de su generosidad…” (pág. 26). Esta idea aparece reforzada cuando menciona que la catequización era una “tarea terrible, capaz de cansar a cualquier varón fuerte, pues el indio, además de presentar grandes dificultades intelectuales, tiene también dificultades en el lenguaje” (pág. 27). Por otra parte, conviene advertir la contradicción de que el clérigo, cuya vida era “… tan interesante como la de cualquier hombre de acción, como la de un conquistador, como la de un capitán de bandidos, como la de un guerrillero…” (pág. 26), se presenta como el guardián de la racionalidad, siendo que su universo se halla estructurado y guiado por la fe. Pero, claro está, su concepción admite también el hecho extraordinario —el “milagro”—, siempre y cuando refiera a su orden cosmológico y teológico. En cambio, cuando se le revela el hecho extraordinario en manos de un “infiel”, lo condena, como sacerdote, como “un grave pecado” y, como hombre, “como una estupidez y una mentira” (pág. 28). El relato describe al padre Espinoza como una persona de férreas convicciones. La elección del personaje —un clérigo— refuerza la idea de que se trata de alguien cuya fe resulta, teóricamente, inquebrantable. En varios pasajes se destaca este aspecto que, además, parece exaltarse por las cualidades humanas y culturales que el narrador ofrece sobre él, señalando con ello que va a ser una tarea difícil introducir la duda en su ánimo. Por otro lado, el narrador presenta al otro personaje —“el hombre de la rosa”—, situado en sus contrapuestos, una suerte de “machi” o hechicero de aquellos que, aunque el texto no lo menciona, eran particularmente perseguidos por los españoles, por ser los sabios depositarios de las tradiciones, creencias y prácticas de los pueblos a quienes sometían. Si bien se presenta como un hombre atormentado por 10

su poder mágico, se define a sí mismo como un hombre bueno: “no tengo grandes pecados, relativamente soy un hombre de conciencia limpia” (pág. 27). El padre, apoyado en sus convicciones y en su genuina compasión, le ofrece su ayuda: “dime lo que tengas que decir y yo haré todo lo posible para ayudarte, confía en mí como en un hermano” (pág. 27). Así, una vez que se presentan, se entregan a la tarea propia de confesado y confesor. El nativo, como buscando aliviarse de un gran peso o quizás buscando comprensión (ya que en otras situaciones similares ha sido tomado por loco y se han burlado de él), le confiesa al padre que es conocedor de la magia negra y que desea liberarse de ese secreto, quizas para evitar el escarnio o la persecución. El padre trata de tranquilizarlo, apoyado en sus creencias. Le asegura que es común para ellos escuchar a gente que practica todo tipo de magia. Pero sucede entonces que, como en ocasiones anteriores, el paisano queda desairado una vez más, cuando el padre le dice que “no existe tal magia negra, ni hay hombre alguno que pueda hacer algo que esté afuera de la naturaleza y de la voluntad divina” (pág. 28). El paisano, como desafiando entonces la incredulidad del fraile, le ofrece hacer una demostración para probar que no es un embustero. Acuerdan que le traerá un objeto de un lugar lejano, aunque resulte físicamente imposible realizar el viaje de ida y vuelta en un corto período de tiempo y sin moverse del lugar. Luego de revisar varias alternativas, el padre recuerda un rosal excepcional que se halla en el convento de las monjas Claras en Santiago y, sabiendo que las cualidades de esas rosas no pueden repetirse en otro lugar, elige que le traiga una flor de allí, acaso como símbolo místico de la fe que lo guía y de la verdad que profesa. El hombre que ha propuesto tan arduo desafío pide entonces al fraile que lo encierre en una habitación segura, con una sola puerta de salida, para ser controlado y evitar la suspicacia de que haya podido salir y hacer trampa. Como si esto fuera poco, pide

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que se le otorgue apenas el plazo de una hora a solas para poder lograr lo acordado y que, recién luego de cumplido el tiempo, se abra la habitación. El padre acepta, tomando esto al principio como un juego o una broma. Pero, con el transcurrir de los minutos, su espíritu comienza a flaquear. Una vez cerrada la puerta, el monstruo de la duda crece en su interior. Pese a sus firmes creencias, se ve sometido a una presión insoportable que lo lleva a romper el pacto de esperar el tiempo acordado para abrir la puerta “Por fin, se inmovilizó ante ella. Se sentía incapaz de alejarse de allí. (…) Se decidió a abrir antes de la hora estipulada” (pág. 30). Al abrir la puerta en el momento no indicado se encuentra frente a una escena tan inesperada como inexplicable. “Avanzó un paso, mirando con curiosidad y temor el cuerpo extendido sobre la mesa. Ni un movimiento. Seguramente su presencia no habría sido advertida; tal vez el hombre dormía; quizás estaba muerto… Avanzó otro paso y entonces vio algo que lo dejo tan inmóvil como aquel cuerpo. El hombre no tenía cabeza” (pág. 30). Un hombre acostado sobre una mesa (en una pieza en la cual había un lugar para recostarse) y, para mayor perplejidad, exento de su cabeza, sin una mancha de sangre, y sin la presencia siquiera de la cabeza en la habitación, era en verdad un hecho insólito, jamás imaginado. ¿Y por qué justamente la cabeza? ¿Era una ironía, por tratarse de un fenómeno inaccesible a la mente y a la razón, más allá de todo entendimiento? Las emociones traicionan al fraile, pero sus pensamientos lo impulsan a dejar, por si acaso, una señal concreta de que el hombre jamás pudo haber salido de allí: “Tuvo una idea: buscó entre sus ropas y sacó de entre ellas un alfiler grande, de cabeza negra, y al pasar junto al cuerpo para dirigirse hacia la puerta lo hundió íntegro en la planta de uno de los pies del hombre…” (pág. 30). Luego cerró la puerta con llave y se alejó nerviosamente, sumido en elucubraciones sin sentido.

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Casi deseaba en esos momentos que el hombre apareciera otra vez íntegro, aunque demostrara sus poderes mágicos, ya que ello sería un mal menor frente a la posibilidad de que hubiera muerto. Sería un alivio; al abrir la puerta a la hora acordada, encontrar al hombre parado con una rosa en la mano: “Las cuatro y media. Esperó cinco minutos más. Quería darle tiempo al hombre. ¿Pero tiempo para qué, si estaba muerto? No lo sabía bien, pero en esos momentos casi deseaba que aquel hombre le demostrara su poder mágico. De otra manera, sería tan estúpido, tan triste todo lo que había pasado…” (pág. 31). Llegada la hora, el sacerdote abre nuevamente la puerta de la habitación, pero esta vez se encuentra con el hombre entero, ofreciéndole la rosa en la mano. El padre Espinoza comprueba que la rosa, en efecto, no podía ser otra que las que florecían en el lejano convento de Santiago. Pero, al mismo tiempo, observa que el hombre cojea y le pregunta por qué lo hace. “La rosa estaba apartada de la muralla. Para tomarla, tuve que afirmar un pie en el rosal y, al hacerlo, una espina me hirió el talón”, le responde el hombre (pág 31). El fraile considera que ha atrapado al hombre en una mentira y exclama, triunfante: “¡Ah! ¡Todo es una ilusión! Tú no has ido al jardín de las monjas Claras ni te has pinchado el pie con una espina. Ese dolor que sientes es el producido por un alfiler que yo te clavé en el pie” (pág. 31). Pero el hombre, sin inmutarse, le responde de modo tajante: “Y la rosa que lleva usted en la mano, ¿también es ilusión?” (pág. 31). El final del cuento es escueto, sin abundar en mayor información sobre los efectos que tal encuentro pudo haber provocado en ambos protagonistas. El narrador presenta la escena en la que los misioneros se despiden, cada cual a su lugar de origen, luego de tres días en que los que han concluido su visita a Osorno. El padre Espinoza regresa, pues, a Valdivia. “Pero ya no iba solo. A su lado, montado en un caballo oscuro, silencioso y pálido, iba un hombre alto, nervioso, de ojos negros y brillantes. Era el hombre de la rosa” (pág. 31).

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CONCLUSIONES Según lo expuesto más atrás, el relato fantástico, al apelar a un hecho extraordinario que no halla explicación racional, termina colocando al lector en un estado de vacilación. Muchas veces es la vacilación del propio narrador quien contribuye a ello, o la de los propios personajes del relato. A esto último se ha enfocado este análisis, para indagar en qué medida su incertidumbre puede conferir un sentido, o múltiples sentidos, al relato. En un escenario de personajes y de circunstancias contrastantes —clérigos catequizadores y paisanos incrédulos— se presentan dos protagonistas cuyos universos se hayan en las antípodas: el del padre Espinoza, replegado en su fe cristiana (y, por detrás de ella, en una cierta visión racional del mundo) y el del extraño hombre autóctono que, pese a sus sentimientos de culpa, sigue impregnado de aquellas creencias y prácticas que remiten a la cosmovisión mágica de su pueblo. La confrontación de ambos mundos opera una transformación en los personajes o, al menos, un estado de vacilación y pérdida del punto de apoyo de cada uno: el paisano se siente culpable de practicar la magia, condenada por el conquistador, y busca el perdón y la comprensión del clérigo; el padre capuchino pretende afirmarse 14

en su fe inconmovible, pero asiste a un hecho fuera de lo común que no consigue comprender y que lo saca de quicio. En un relato de final abierto, quizás puedan hallarse tantas interpretaciones como lecturas se hagan del texto. Una posible sería que quizás, pese a la pretensión de absoluto que cada creencia se atribuye para sí, ninguna puede arrogarse la verdad y, mucho menos, querer imponérsela a la otra. En consecuencia, la única certeza absoluta que queda en pie es la de la incertidumbre. En el párrafo conclusivo, ambos personajes parecen rehacer el camino cabalgando juntos, en silencio. ¿Es realmente el hombre de la rosa quien viaja junto al padre Espinoza? ¿O es sólo su sombra, que permanece en los pensamientos del fraile, para recordarle los sucesos vividos que han hecho trastabillar o, en el mejor de los casos, ampliar su concepción del mundo? Lo mismo le sucede al lector que, cada vez que regrese a la lectura, descubrirá seguramente nuevas respuestas, nunca definitivas.

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BIBLIOGRAFÍA Cuadernillo de actividades: teoría Introducción a la Literatura I: Dolores COMAS de GUEMBE (1979); Introducción a la Literatura; “El cuento fantástico”; Editorial Estrada; Argentina. Introducción a la Literatura II: Dolores COMAS de GUEMBE; (1980); Introducción a la literatura; “El cuento fantástico”; Editorial Estrada; Argentina.

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