capítulo 4 la madre - Luis

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Capítulo cuarto: La Madre 1. La Madre del Señor La madre es esencialmente entrega. Toda su vida transcurre en sencillez, un sufrimiento silencioso, un llanto oculto, velando de noche, trabajando de día. Es el candelabro de la luz de los hijos. Da la vida silenciosamente y ahí reside la raíz de su grandeza y su belleza. La figura de María Madre resume el dolor y la esperanza de tantas madres que han perpetuado la vida sobre la tierra desde su entrega anónima. María, como Madre, se encuentra entre la eternidad de Dios y la temporalidad de la Iglesia. El Dios de la Biblia se hace Alguien, para establecer una Reino que no perecerá, para ello funda su Iglesia, que permanecerá hasta que el tiempo se acabe, hasta la culminación final. En esta encrucijada está María, quien ocupa un lugar central entre los hombres y Dios. María, tal como cualquier madre da todo al fruto de sus entrañas, es madre de Jesús en su totalidad, es decir, no sólo en cuanto hombre, sino también en cuanto es el Verbo de Dios. El Verbo es su Hijo y ella es su Madre, lo mismo que cualquier madre lo es de la persona completa de su hijo. Dios entró en la humanidad por el cauce natural de las cosas, y eso implicó tener una madre, nacido según la carne (Rom 1,2). La actuación excepcional del Espíritu, no solamente no ha prescindido de la actividad generatriz materna sino que la ha requerido expresamente. De nodo que se da una colaboración mutua entre el Espíritu Santo y la actividad materna de María: la una en la otra y la una al lado de la otra. Esta actividad, de parte de María, importa una colaboración biológica y otra espiritual. El dogma, siguiendo a la Escritura, en este proceso materno excluye por una parte la fecundación natural. Al contrario del proceso humano, en el que el padre colabora mediante el germen paterno a la formación. Significado de la maternidad virginal Al parecer, en primer lugar Dios quiere con este hecho dejar establecido de manera patente e impactante que el único Padre de nuestro Señor Jesucristo es Dios mismo. Jesucristo no se originó de la voluntad de la sangre, ni del deseo carnal alguno, sino de la voluntad del Padre. Se quiebra un viejo orden por primera y única vez para patentizar que con la llegada de Jesucristo se establece un nuevo plan. El sexo fue trascendido hasta la total sublimacion y los combatientes ya no se casarán ni serán entregados en matrimonio. Nueva patria, nuevo orden, nuevo amor. Cristo transformó todo. Y el Transformador tenía que entrar en el mundo de una manera diferente y virginal. El milagro del nacimiento de Cristo es, precisamente, revelacion de la libertad y accion creadora de Dios. ¿Cuál era la estatura psíquica y espíritual de María por esos días de gestación? En las escenas de la anunciación, María aparece dueña de una madurez excepcional, con capacidad de reflexión y, sobre todo, muy interiorizada. Y todo esto en unas proporciones que no corresponden a su edad. Difícilmente podrá la mente concebir, y la lengua expresar, y la intuicion más penetrante adivinar, cuál fue la amplitud y la profundidad de la vivencia en Dios, de nuestra Madre por esa época. El mundo interior de María debió enriquecerse poderosamente en estos nueve meses en orden físico, psíquico y espíritual. Todas las

energías mentales de María quedaban concentradas en Aquel que estaba con ella y era el alma de su alma y la vida de su vida. A pesar de esta identificacion, María conservaba nítidamente la conciencia de su identidad y más que nunca y mejor que nunca medía la distancia entre la majestad de su Señor y la pequeñez de su sierva, emocionada y agradecida. En María, el Padre fue Paternidad, es decir, continuó su eterno proceso de engendrar al Hijo. Este, que era propiamente Filiación, continuó a su vez en el proceso eterno de ser engendrado. Y de la proyección de ambos sobre sí mismos nacía el Espíritu Santo. El Misterio Total y Trinitario envolvía, penetraba, poseía y ocupaba todo en María. ¿Tenía la joven gestante conciencia de lo que acontecía dentro de ella? Siempre ocurre lo mismo: cuanto mayor es la densidad de una vivencia, tanto menor es la capacidad de conceptualizarla y, sobre todo, menor todavía la capacidad de expresarla. Según su espiritualidad de Pobre de Dios, María había entregado incondicionalmente su territorio, y ahora sólo se preocupaba de ser consecuentemente receptiva. Su problema no era el conocimiento sino la fidelidad. Sin embargo, María no fue una gestante alienada. La pseudocontemplación aliena, la verdadera contemplación da madurez, sentido común y productividad El Hijo, retrato de su Madre De María sabemos poco. El Nuevo Testamento es parco respecto a ella. Tenemos que caminar por entre deducciones e intuiciones para captar la persona y personalidad de la Madre. A pesar de esta precariedad informativa, para saber quién fue María disponemos, sin embargo, de una fuente segura: su Hijo. Todos nosotros somos producto de tendencias de nuestros padres. Jesucristo no tuvo padre en el sentido genético de la palabra. Así pues, en su caso, según esto, el parecido físico entre la Madre y el Hijo debió ser enorme. Las reacciones y comportamientos debieron ser muy semejantes. Todos somos, de alguna manera, lo que fue nuestra madre. Una verdadera madre va recreando y formando a su hijo, de alguna manera, a su imagene y semejanza, en cuanto a ideales, convicciones y estilo vital. Avanzando por entre las penumbras de las páginas evangélicas, vislumbramos un impresionante paralelismo entre la espiritualidad de Jesús y María. María, en el momento decisivo de su vida, resolvió su destino con la palabra hágase. Jesús, llegada su Hora resolvió el destino de su vida y la salvacion del mundo con la misma palabra. María afirma que el Señor destronó a los poderosos y encumbró a los humildes. Jesús dice que los soberbios serán abatidos y los humildes exaltados. De estos y otros paralelismos que se encuentran en los evangelios, podríamos deducir que María tuvo una influencia extraordinaria y determinante en la vida y espiritualidad de Jesús. 2. Travesía Siempre que aparece María en los evangelios, Jesús toma respecto de ella, al parecer deliberadamente, una actitud fría. Detrás de esa actitud se esconde un profundísimo misterio qyue vamos a tratar de desvelar aquí. Fue una pedagogía.

Llegada la hora señalada por su Padre, sale de su esfera familiar de Nazaret. Y su tendencia permanente es alejarse de lo que llamaríamos familia. Sale y actúa en Galilea, Samaría, Judea, cada vez más lejos de su núcleo familiar. Y al parecer, no quería regresar a su aldea. La intuicion y la experiencia le habían llevado a la conclusión de que donde se han establecido con el profeta relaciones de parentesco, siempre lo mirarán con ojos de carne, habrá curiosidad por él pero no fe, y se malogrará todo el fruto de la siembra porque nadie es profeta en su tierra. Por esta línea va la explicación profunda de la actitud de Jesús para con su Madre. María, tendrá que hacer una travesía. De alguna manera, tendría que olvidarse de que era Madre según la carne. Su comportamiento, mejor, la mutua relación entre ambos, tendrá que desenvolverse como si fueses extraños entre sí. También María tendría que salir de la órbita materna y entrar en la esfera de la fe. Si María quiere seguir en comunión con Jesús de Nazaret, no lo será en calidad de madre humana, sino que tendrá que entrar en una neuva relacion de fe y espíritu. Las relaciones entre María y Jesús no se desenvuelven al modo normal de cualquier madre con su hijo. Todo un conjunto encadenado de acontecimientos jalonan in crescendo esta travesía pascual de la Madre, como un proceso purificador, para llegar a la maternidad espiritual y universal. Fue comprendiendo, paso a paso, que la maternidad en el espíritu es mucho más importante que la maternidad según la carne. María, al vivir en el espíritu y en la fe y no según la carne, adquirió derechos de maternidad universal sobre todos los hijos de la Iglesia que nacen del espíritu. 3. Madre nuestra La escena y las palabras de Juan 19, 25-28 nos dan la impresión, a primera vista, de que Jesús encomendó a María a los cuidados de Juan. Pero en la presente escena, hay un conjunto de circunstancias por las que la disposición de Juan para con su Madre, encierra una extensión mucho más vasta y un significado mucho más profundo que un mero encargo familiar. El encargo que Jesús entregó a Juan debió extrañar mucho, si no hubiera a la vista, muy patente, otro sentido. A partir del hecho de que los que estaban junto a la cruz no se extrañaron de la decisión de Jesús, indica que percibieron en la disposicion testamentaria, algo más que una formalidad jurídica. El contexto escénico indica, pues, que las palabras encierran una carga de profundidad mucho más rica de lo que su sentido directo parecería indicar. Esta serie de precisiones nos lleva a la deduccion de que Jesús, en la presente escena, entrega una Madre a la Humanidad en la persona de Juan. Se concluye también como el último acto mesiánico antes de sentir la conciencia de que todo estaba cabalmente cumplido. Para una exacta compresnión tenemos que decir, en primer lugar, que la escena y las palabras son algo así como signos sacramentales: significan algo y producen (realizan) lo mismo que significan. Por eso Jesus realiza un hecho concreto y sensible.

Así comprendemos por qué Jesús eligió para esta función santificante al disípulo más sensible. Juan representaría o simbolizaría cabalmente la inrecomunicación cariñosa entre Madre e hijo. Así comprendemos por qué entregó a su Madre al cuidado del más joven. Ante la sensacion de soledad el hombre necesira sentir a Alguien junto a sí. En la Biblia Dios se presenta siempre como una Persona, que acompaña. Pero no era suficiente tener un Padre. En la vida hay un padre y una madre. La psiquiatría nos habla de la decisiva influencia materna sobre nosotros, antes y despues de salir a luz. Todos conservamos el recuerdo de aquella madre que fue para nosotros estímulo y consuelo. Por eso, Jesus nos reveló al Padre y nos regalo una Madre. Pero no existe la Humanidad en concreto; existen hombres. Por eso Jesús hizo este regalo en la persona concreta de Juan, como representacion de la Humanidad. María es para cualquier momento consolacion y paz. 4. Entre el combate y la esperanza Todo lo que no se abre es egoísmo. Devoción mariana que acaba en sí misma es falsa y alienante. El trato con María que busca exclusivamente seguridad o consolación, sin irradiarse hacia la construcción de un reino de amor, no solamente es una sutil búsqueda de sí mismo sino un peligro para el desenvolvimiento normal de la personalidad. No cabe duda de que en muchas partes la devoción a María ha constituido una paralización de las energías mediante medallas y escapularios como objetos mágicos. Es evidente que todo eso es la adulteracion de la finalidad por la cual Jesús nos entregó una Madre. En lugar de ser la Madre que engendra en nosotros a Jesús, queremos transfomarla muchas veces en la economista, el médico, en la mujer mágica para todos los problemas. La alienacion puede venir tambien de otra parte. María ha sido objeto de rivalidades partidarias, en una verdadera dialéctica pasional entre los llamados maximalistas y minimalistas. Pretender elevar a María presentándola en su vida poco menos que si estuviera disfrutando de la vision beatífica, es restarle el mérito y la condicion de mujer peregrina en la fe, y alienarla. La Madre de Dios no fue reina como las de la tierra, sino esposa y madre de obreros. No fue rica sino pobre. María no es soberana sino servidora. No es meta sino camino. No es semidiosa sino la Pobre de Dios. Nuestro destino materno El significado profundo de la maternidad espiritual consiste en que María sea de nuevo Madre de Jesús en nosotros. Tenemos, pues, un destino materno: gestar y dar a luz a Jesús. En la medida en que encarnamos la conducta y actitudes de Cristo, la Iglesia avanza a su plenitud. Es sobre todo con nuesta vida más que con nuestras instituciones como impulsamos a Cristo a un crecimiento constante. Porque Dios no nos llamó desde la eternidad principalmente para transformar el mundo con la eficacia y la organización, sino para ser conformes a la figura de su Hijo (Rom 8,29)

María dará a luz a Cristo en nosotros en la medida en que seamos sensibles, como Cristo, por los necesitados de este mundo; en la medida en que vivamos como aquel Crisro que se compadecía; en la medida en que los pobres sean nuestros predilectos; en la medida en que tratemos de ser humildes y pacientes como Cristo; en la medida en que vivamos despreocupados de nosotros mismos y preocupados de los demás. De esta manera María da a luz a Cristo a través de nosotros, cumplimos nuestro destino materno y Cristo es cada vez mayor.

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